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De los pioneros exportadores del azulejo español y una de sus estrellas: Pepe Pellicer, el ‘León de Carlet’

20.03.2025 11:21

Antes de que la memoria haga estragos y los recuerdos de un pasado todavía nada lejano se diluyan, cuando algunas grandes marcas españolas azulejeras señorean sus logros en las grandes capitales del orbe, con exposiciones y productos que nada tienen que envidiar a los de la moda, por su diseño y calidad, quien esto firma y un día fuera testigo de los primeros pasos que daban en el exterior los primeros esforzados hispanos, cual un joven y modesto Bernal Díaz del Castillo o Alonso de Ercilla, hablando entonces de la conquista de América, ahora tocaba hacerlo del azulejo de España.

Rondaban entonces los años setenta y estábamos bajo la égida del régimen de Franco, como con la acertada disposición de los llamados López como ministros: Rodó y Bravo, para incorporarnos a esa UE cuyo final del túnel parecía acercarse a no mucho tardar, a pesar de la persistente oposición de nuestro principal competidor Italia y el lastre de unos pesados aranceles, cuando a través de misiones comerciales y la energía de la Asociación Nacional y Sindical de Azulejeros Españoles, con sede en Onda, y siendo su secretario general un diplomático canario, enjuto y calvo, Manuel González, empresas como Azulejera Granadina, presidida por un grandísimo y visionario empresario, que también como distribuidor local tuvo una relevante contribución en la expansión del azulejo, don Francisco Sáez de Tejada Martín; Azuvi, con la simpatía y la gran humanidad de Pascual Arrufat; Fabresa, con sus insignes directivos, Carda y Usó; Bechiazul; Cedolesa, con el siempre ajetreado Manolo Devis; Sanchis, trajeado asesor del Banco Exterior en Castellón en el farragoso papeleo de las cartas de crédito de entonces, Diago, con el granadino Cobo, y Cicosa del matrimonio Serra y su incansable agente, el emprendedor, el amigo, el pater familiae, Pepe Pellicer, apodado el León de Carlet, quien sin dominar ningún idioma y con una endiablada agilidad para los negocios y la cordialidad, podía sin embargo recorrerse media Europa y luego los países árabes, de preferencia, buscando clientes, mientras se rendían a su corpulenta apuesta y su peculiar manera de trabajar, sin horas para el descanso y con una dedicación completa a las varias fábricas que creó.

Posiblemente en el tintero se haya quedado algún otro personaje de esos inicios, alguna otra industria, algún otro agente comercial, alguna traductora que también nos ayudó entonces, lo que lamento no citar, aun así, por todos ellos, quienes aún puedan leer este modesto homenaje como quienes seguro de esta lista ya no están, cuando la palabra azulejo parece ceder el testigo al de la cerámica, y cuando las nuevas tecnologías hacen más fácil la comunicación y el comercio, quiero poner el acento sobre esos pioneros que en modestos vehículos, con penosas carreteras y medios de transporte, sin hablar idiomas, sin teléfonos móviles, con escasos recursos, el más avanzado era el telex, instalado después de innumerables recomendaciones y a qué precio; no existía todavía el fax y en muchos casos antes había que pasar por una centralita para una conferencia internacional; con penoso embalaje, reducido empleo de pallets y sí de jaulas de madera; tonificación a mano; con azulejos en 15x15, blanco y los famosos lisos o “farben”, serigrafías de dos tintas, excepción hecha de la serie Artesanía que sin engobe y copia de los versos de la Alhambra, Azulejera Granadina llevó hasta Australia y Dinamarca, o aquellos 15x15 reactivos, de gran éxito en Saloni, con el inicio de las plaquetas de 10x20, de color cuero, siempre sobre arcillas rojas.

En esta ardua andadura, a la que quizás muchos herederos de esa hoy extraordinaria (y mal llamada) industria de la cerámica española, que ha logrado expandirse hasta el mundo del fútbol, no les quede tiempo para preguntarse cómo han llegado hasta ahí, tampoco nadie les haya contado la aventura de estos pioneros del azulejo, ni sepan quién es ese abuelo, de achacoso andar y aún maciza cabeza que deambula por la calle Enmedio de Castellón, otrora llamado León de Carlet, don José Pellicer, que surcó el piélago para poner una pica en Flandes con el azulejo español y con acento de Valencia, como otros ya olvidados compatriotas que si no merecerán el descanso en el panteón de hombres ilustres de la España eterna, al menos precisan este sencillo recuerdo y la gratitud para siempre.

* Fernando Orero Sáez de Tejada, de Roquetas de Mar (Almería).

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