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Opinión | «En busca del consumo industrial perdido...»

18.04.2024 09:38

Los datos de marzo confirman el estancamiento de la demanda industrial de gas, sin atisbo de señales que hagan pensar en un cambio de tendencia para volver a lo que fueron las cifras de un año estándar. El mes pasado la caída fue del 22,6% menos que en el mismo periodo de 2019 y del 21,2% por debajo de lo consumido en las mismas fechas de 2021.

Este persistente descenso en el consumo industrial de gas, ya anclado en más del 20%, resulta realmente preocupante porque sugiere ser el síntoma claro de que la producción industrial del país está también ralentizada. Cierto es que debemos tener en cuenta el efecto de la Semana Santa, que este año se ha adelantado a marzo, lo que supone que algunas empresas hayan estado en periodo vacacional lo que podría justificar una parte de ese descenso de consumo. Digamos, simplemente, que ni febrero fue bueno, ni marzo resultó tan malo.

Lo que no admite discusión es que, a lo largo del pasado año, la demanda industrial ha estado constantemente deprimida y, cerrado el primer trimestre del presente ejercicio, aún no ha mostrado signos de recuperación, incluso a pesar de la caída de los precios mayoristas del gas. Sin temor a equivocarnos, puede afirmarse que desde hace más de doce meses un 15% del consumo industrial de gas que se ha ido, no ha vuelto.

Y en, consonancia, a esa producción industrial perdida le está costando horrores recuperarse. Probablemente, en otro punto del mundo se está fabricando lo aquí ha dejado de producirse, es decir que el menor consumo responde a deslocalizaciones o desplazamientos de la producción nacional por importaciones y falta de competitividad. La duda está en si se trata de algo puntual y coyuntural o no.

La tónica de un año de precios inasumibles y otro de precios poco competitivos ha logrado volatizar un 15% del consumo industrial. Esta situación se repite en los países de Europa: la demanda se está resistiendo a volver a los niveles habituales. En un mundo totalmente globalizado, la falta de competitividad europea ha impactado de lleno en la industria.

Por si fuera poco, ahora, la amenaza de una guerra a gran escala en Oriente Medio revive los fantasmas de 2022 y hace temer que otro conflicto pueda tensionar de nuevo los mercados energéticos. Han pasado apenas unos días del ataque de Irán y aunque los precios han aumentado no lo han hecho ni de lejos como hace dos años y, sobre todo, las volatilidades han sido menores que las que nos encogieron el corazón la semana que se saboteó Norstream. En esta ocasión estamos mejor preparados, con los almacenamientos casi llenos, las nuevas terminales de regasificación en Europa y, como hemos visto, una menor demanda de gas en todo el continente —por temperaturas más benignas y por la desaparición de consumo industrial—, lo que quita tensión al mercado.

Como siempre digo, hay que abrir la ventana y mirar al futuro y, en esa perspectiva, la transición energética en la que estamos embarcados supone una gran oportunidad para reindustrializar Europa. Resulta imprescindible garantizar una competencia en igualdad de oportunidades y una apuesta rotunda en poner en valor lo que se produce en España y en Europa. Nuestros gobiernos deben entender que la política medioambiental y la industrial deben ir de la mano en este transcendental camino hacia la descarbonización.

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