Cuando todos los indicadores de salud mental tras la pandemia se han elevado a nivel de alarma, una multiplicidad de herramientas, según los expertos, son útiles y necesarias. Entre ellas, la arquitectura. La doctora Elisabet Silvestre, bióloga, experta en biohabitabilidad y autora del libro Vivir sin Tóxicos, Tu casa sana y La oficina en casa (Ed. Integral), invita a repensar los espacios en que vivimos y trabajamos, resaltando cómo un entorno bien diseñado puede ser clave para nuestro bienestar emocional.
Los «espacios que cuidan» van más allá de la estética o la funcionalidad arquitectónica; se trata de un enfoque que pone la vida y la salud en el centro de la ecuación. Como bien señala Silvestre, «la arquitectura saludable debería ser la norma, no la excepción». Al diseñar espacios que fomenten la calma, reduzcan el estrés y nos conecten con la naturaleza, no solo estaremos mejorando la calidad de vida de sus ocupantes, sino también contribuyendo a la salud pública en general, y a la del medioambiente.
Según un estudio llevado a cabo por universidades de Dinamarca y Australia, la arquitectura curativa sostiene que ciertos elementos del entorno construido, como la iluminación, el acceso a espacios verdes y la apertura, pueden impactar positivamente en el bienestar y la recuperación de los pacientes y han querido aplicar este concepto a hospitales psiquiátricos, donde promueve un espacio que media las experiencias de los pacientes, sus prácticas y los encuentros médicos. Ahora bien, el potencial de la arquitectura para sanar tiene muchas más aplicaciones que las instalaciones hospitalarias.
«Más que el código genético, influye el código postal», afirma Silvestre, haciendo alusión a la fuerte relación entre el entorno físico y nuestra salud. Esta premisa propone a pensar cómo los espacios que habitamos influyen directamente en nuestra salud, emociones, estados de ánimo e incluso en la capacidad para recuperarnos de enfermedades. La presencia de naturaleza, el evitar el ruido, la calidad del aire, la luz natural, y la oportunidad de crecer y socializar juegan un papel determinante en nuestra salud psicológica y física.
Según Silvestre, «la arquitectura es un determinante de la salud, y por consiguiente la arquitectura y también el urbanismo son herramientas que contribuyen a la salud pública.» En este sentido, es vital que los arquitectos y diseñadores consideren estos factores para crear espacios que realmente «cuiden» de sus habitantes, en lugar de simplemente ser funcionales o estéticos.
Uno de los conceptos clave en la arquitectura saludable es la biofilia, es decir, la conexión innata que los seres humanos sentimos hacia la naturaleza. Silvestre destaca la importancia de incluir elementos biofílicos, como plantas, materiales naturales y agua en los espacios, no solo porque mejoran la calidad del aire, sino porque tienen un impacto positivo directo en nuestra salud emocional. «Ver verde reduce el tiempo de recuperación después de una operación», menciona, citando estudios que demuestran cómo las vistas hacia la naturaleza disminuyen el uso de analgésicos y aceleran la recuperación.
Este principio también se extiende a los espacios de trabajo, donde se ha observado que las plantas incrementan la productividad y fomentan la creatividad. En un mundo donde pasamos largas jornadas en interiores, es crucial diseñar oficinas que promuevan el bienestar. «Los espacios deberían promover la vida, adaptarse a cómo funciona nuestro cuerpo y nuestra mente», enfatiza la doctora Silvestre, abogando por entornos que integren el verde no solo como una tendencia estética, sino como una necesidad biológica.
El ruido, un contaminante a menudo ignorado, puede ser extremadamente dañino para nuestra salud mental. «El ruido enferma», alerta la experta, señalando cómo los entornos acústicamente sobrecargados elevan los niveles de estrés y afectan a nuestro bienestar emocional. Diseñar espacios que minimicen el ruido, ofreciendo momentos de silencio y calma, es una herramienta poderosa para mejorar nuestra salud mental. En palabras de Silvestre, «la calma y los momentos de silencio son un lujo hoy en día, y la arquitectura y también el urbanismo pueden aportar soluciones para evitar la contaminación acústica.»
La elección de materiales es otro aspecto crucial para crear espacios saludables. Los materiales naturales, como la madera o la tierra, no solo aportan una estética agradable, sino que también influyen en nuestro bienestar. «La madera, especialmente en acabados de color más claro, favorece la reducción de la actividad del sistema nervioso, crea entornos más amables para el cerebro, y hay menos estrés», explica la doctora Silvestre. Además, insiste en evitar los materiales sintéticos que liberan compuestos tóxicos al ambiente, como los ftalatos y bisfenoles, presentes en muchos plásticos.
La luz es otro factor determinante en la regulación de nuestros ciclos biológicos y en la calidad de nuestro descanso. «La luz natural es el principal sincronizador de nuestros ritmos circadianos», comenta Silvestre, refiriéndose a cómo la exposición a la luz del sol afecta directamente a la producción de neurotransmisores y hormonas esenciales para nuestro equilibrio emocional. No solo es importante la cantidad de luz natural en nuestros hogares y oficinas, sino también la calidad de la luz artificial. «Es importante que sea una iluminación circadiana, una luz que reproduzca la natural, de día y de noche», agrega. Un mal diseño de la iluminación puede alterar nuestro sueño y, por tanto, nuestro bienestar general.